"El amor se arma de paz contra el poder, contra la razón, contra el honor...

y dulcifica, en medio de las penosas angustias que causa la amargura de

todas las violencias, de todos los golpes, de todos los temores" Shakespeare

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miércoles, 29 de septiembre de 2010

Cuarta etapa

Arzúa - O Pedrouzo 

Al amanecer nos tomamos las cosas con calma. Fuimos a poner los sellos en la iglesia y luego desayunamos en el café de la plaza. Un sitio super típico, local con toda clase de panes, bizcochos y tortillas. La camarera, una mujer ya de edad, mueca, con las manos tan huesudas como sucias,tuvo la amabilidad de hacernos un jugo de naranja lleno vitaminas y sobretodo de anticuerpos. Comenzamos la etapa a eso de las 10 de la mañana. Sabíamos que no sería larga y en todo caso no tan dura como la anterior. Sería la penúltima antes de llegar a Santiago. Estábamos magullados del esfuerzo de los dos días anteriores que habían sido intensos en esfuerzo y emociones.

Salimos de Arzúa por la carretera y luego el camino nos desvió por senderitos de tierra bordeados de eucaliptos. El sol de la mañana iluminaba los campos de maíz. Pasamos por varios pueblitos con casas hechas en lajas de piedra, otras con pérgolas cubiertas de viñas con uvas aún verdes. Paramos en un bar a tomar algo y desde ahí nos cruzamos en varias ocasiones con gente a caballo. Al gato se le ocurrió la idea fenomenal de hacer el camino a caballo, ¿por qué no? Pero tenemos que ganarnos la lotería. No me imagino la complicación para alimentarlos, y dónde dejarlos en la noche, es una propuesta que tiene sin duda todos los elementos para ser una enorme experiencia.


Después del medio día nos acostamos en un prado a almorzar y hacer la siesta. Al fin nos deshicimos de lo que nos quedaba de comida en los morrales. Sin duda lo más duro de parar es pararse, el cansancio nos pasó la cuenta de cobro y para una etapa que no era larga ni complicada después de ese descanso el esfuerzo se dobló.


El dolor en los pies y la sed nos obligaron a parar varias veces. Así como en otras etapas, nos cruzamos incesantemente con peregrinos. Ésta fue más bien solitaria, cobijada por la sombra de los árboles y la reflexión. Llegando a O Pedrouzo nos cruzamos con varias carreteras y el sendero, desprovisto de árboles, nos expuso al sol y el calor. Cruzamos una variante, no había flechas pero cogimos un caminito a la derecha de la carretera, dos hombres mayores comenzaron a hablarnos. Estos dos adorables Antonios ellos, de Portugal, se nos aparecieron como ángeles y nos distrajeron durante dos kilómetros por un sendero irregular cobijado por el olor mentolado de los árboles grises. Han conocido toda Europa caminando y, a leguas, se ve que tienen más de 65 abriles. Muy animados, simpáticos y tiernos nos llevaron hasta el albergue municipal de Santa Helena. Allí nos atendieron Carlos y María José. Carlos es voluntario del Albergue, María José trabaja allí hace tiempo pero son pareja. Él vino hace seis años a hacer el camino y se enamoró de ella, desde entonces, volvía cada vez que podía hasta que logró hacerla caer en su red. Ahora están casados y se encargan juntos del Albergue, con una emoción y una entrega atípica entre los funcionarios de los albergues municipales.

Después de la ducha y de poner a lavar la ropa fuimos a comer a la variante. Recorrimos de nuevo el tramo que gracias a los Antonios no nos había torturado tanto. Estando sentados a la mesa, vimos pasar a un peregrino que nos pidió indicaciones. Venía de República Checa y era todo un personaje, con una sonrisa permanente y pinta de caminante de tiempo completo. Volviendo al albergue lo volvimos a ver. Como ya el albergue estaba lleno, una pareja que había llegado temprano decidió dormir en una sola cama, cediéndole la otra.

Carlos, que a pasar de la hora, seguía compartiendo con todos nosotros y dando indicaciones a quienes las necesitaban. Hacía horas extras. Allí conocí a dos francesas, Nicole y Michel, a una Italiana Fátima, a un Catalán Carles, y otra española, Gina. Carlos decidió tomar la foto del grupo y acto seguido nos mandó a dormir.



Los Alemanes que teníamos como vecinos en el cuarto no se estuvieron quietos en toda la noche. Los Peregrinos arrancaron desde temprano y Sam y yo fuimos los últimos en salir del albergue. Nos esperaba la última etapa y la nostalgia ya se nos había instalado en el alma.

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