"El amor se arma de paz contra el poder, contra la razón, contra el honor...

y dulcifica, en medio de las penosas angustias que causa la amargura de

todas las violencias, de todos los golpes, de todos los temores" Shakespeare

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miércoles, 25 de agosto de 2010

Quinta Etapa



Santa Helena - O Pedrouzo – Santiago de Compostela


Nos despedimos de Carlos y Maria José con la alegría de haber tenido la suerte de que nuestros caminos se cruzaran. El sol ya había salido, el cielo estaba despejado y anunciaba una jornada acalorada. Pasamos un bosque de eucaliptos, y salimos a O Pedrouzo, un pueblito lleno de casas en lajas de piedra y viñas. 

 
Los campos sembrados de maíz lucían dorados por la luz de la mañana. Entrando a otro bosque, encontramos una yé sin señalización. El instinto del gato nos indicó el camino que debíamos seguir entre árboles muy viejos, helechos y musgo, iluminados  entre el tafetán de luz que atravezaba las hojas.



Me sentí envuelta en una mezcla de emociones contradictorias, la felicidad de haber logrado llegar hasta donde estábamos, la nostalgia de estar llegando a Santiago,  y la emoción de llegar finalmente a la ciudad. Los momentos vividos me habían dejado huellas tan profundas que había comenzado a entender que el camino no tiene mucho que ver con el destino.

Entre el bosque me detuve y dos mujeres, pasada la cincuentena, me pidieron que les tomara una foto. Desde ahí comenzamos a caminar juntas. El gato, como de costumbre, me llevaba la delantera y yo resistía a la tentación de alcanzarlo. 





Christiane, danesa, médico gastroenterólogo, y su compañera sueca de nombre impronunciable, médico ginecoobstetra, fueron testigos del esfuerzo por hacer uso de mi precario inglés. Hablamos de sus vidas y de las razones por las cuales había comenzado cada cual el camino. La motivación por encontrar las palabras y hacerme entender, me había distraído y sin darme cuenta las había seguido en un ritmo endemoniado y ya estaba alcanzando al gato.

Nosotros decidimos parar a desayunar en un bar en donde nos cruzamos de nuevo con nuestro caminante Checo. De ahí en adelante, alternamos tramos de bosques, pendientes, llanos, y la mayor parte del día estuvimos bajo el sol.

La llegada a Monte do Gozo se hace por una carretera bordeada de fincas muy lujosas y fábricas enormes. Entre más avanzábamos más peregrinos encontrábamos en el camino. Siguiéndonos los pasos venía un grupo de niñas adolescentes acompañadas por un hombre mayor, entonaban cantos scouts y cuando el hombre las vió aflojando el paso les dijo muy animado –“a ver flojas una carrerita una carrerita!”- Ellas comenzaron a quejarse, y él arrancó a correr con su morral, su bastón y sus corotos gritándoles –“vamos tías! Que se me ponen duras las pelotas!”-. Ignoro si fue el efecto de tan pintoresca frase, pero ellas de inmediato comenzaron a correr.



Monte do Gozo es una colina a cinco kilómetros de Santiago de Compostela. Subiendo a un mirador se puede ver la ciudad. Aprovechamos a comer un sánduche y descansar un poco antes de retomar el sendero que nos llevaría finalmente a nuestro destino.





Llegar a Santiago de Compostela es entrar por la parte nueva de la ciudad, que goza de un buen urbanismo y una arquitectura moderna y sobria. Hasta el momento habíamos sido guiados por los bloques de cemento decorados con las conchas amarillas y el letrero que indicaba el número de kilómetros que faltan por recorrer. 





Una vez se entra en la ciudad, las guías del peregrino son conchas de bronce incrustadas en el suelo. Quedamos impactados al ver que la actitud de la gente en Santiago disonaba con la generosidad, alegría y ternura con la que fuimos acogidos durante el trayecto por los campesinos y locales.

El único gesto amable con el que se nos recibió ése día lo recibimos de unos extranjeros. Atravesando una avenida nos cruzamos con una familia francesa. Mientras que todos nos miraban con una expresión empática y solidaria, la mamá, como quien dice algo indebido, gesticulando con las manos y una gran sonrisa, nos dijo con la voz muda y actitud de gran picardía “son sólo dos kilómetros”.





Finalmente nos aproximamos a la Catedral. Estábamos en Santiago, y mi corazón entre incrédulo y malacostumbrado a un régimen rico en emociones y felicidad no supo sentirse contento. Nos dimos un abrazo para celebrar el logro y como todo peregrino nos sentamos en el suelo de la plaza, frente a la catedral que, iluminada por el sol de los venados, parecía recubierta de oro. 




El gato quiso entrar a la Iglesia, mientras yo me quedé mirando a nuestros colegas de aventura, visiblemente cansados pero con expresión complacida.



En seguida fuimos a ver lo de las compostelas. Cuando nos encontrábamos en la oficina del peregrino haciendo la multitudinaria cola, un peregrino alemán nos dijo que podíamos dejar los morrales en una consigna que estaba cerca de allí y que él nos guardaría el puesto. Así lo hicimos. Una vez obtuvimos los tan anhelados papeles acompañé al gato a misa… la primera en ya no sé cuántos años.

Cuando salimos de misa fuimos a recoger los morrales. Estábamos un tanto perdidos y sin albergue. No sabíamos por qué calle habíamos llegado. En ése preciso momento, una pareja se acercó sonriente preguntándonos qué estábamos buscando. Les dijimos que buscábamos un albergue. Ellos nos dijeron que nos llevarían al albergue en donde ellos estaban hospedados.





Marina y Carlos, ella: marroquí Bereber, él español. Ambos rondaban los cuarenta años, parecían más una pareja de adolescentes recién enamorados que una pareja de casados con varios hijos ya adultos. Nos llevaron bajo su ala hasta el albergue del Seminario Menor en donde finalmente pasamos una noche en habitaciones individuales, sin ronquidos y sin el ruido de los que llegan y los que se van.

El día terminaba y el corazón lo sentí adormecido, casi muerto, talvez el efecto de la dosis de endorfinas de los días precedentes. En la soledad de mi modesta habitación decorada con un Cristo en la cabecera de la cama no supe qué sentir, ni qué pensar. Habíamos llegado y sin embargo veía todo como en una película inconclusa, tenía hambre de camino, ansia de esfuerzo, desempleo en las piernas y nostalgia en el alma. Me sentí incómoda, vacía, y sólo la escritura de los momentos vividos supo sacarme de un estado ambiguo e indefinido llevándome al sueño, en donde pude seguir caminando a mis anchas.







 

2 comentarios:

  1. Vaya mi querida Luna...
    Leer estas etapas ha sido volver a andar por el Camino. Gacias por esos recuerdos y gracias por volver a caminar conmigo...

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  2. Mi querido gato:

    El placer ha sido mío, caminar con tigo y ahora escribir los momentos que pasamos, ha destruído la distancia y el tiempo fijando en la memoria las imágenes que mi débil memoria se encarga de borrar.

    Finalmente el camino sigue inconcluso y mi incomodidad se desvaneció cuando entendí que todo comenzaba en el final, como la espiral.... te acuerdas? Gracias por estar, por caminar, por compartir...

    Te quiero

    Luna

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