"El amor se arma de paz contra el poder, contra la razón, contra el honor...

y dulcifica, en medio de las penosas angustias que causa la amargura de

todas las violencias, de todos los golpes, de todos los temores" Shakespeare

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viernes, 1 de octubre de 2010

Tercera etapa



Palas de Rei - Arzúa

A la mañana siguiente atacábamos la rompepiernas. 29 Kilómetros de un sendero que por tramos se asemejaba a una serpiente del desierto, por otros a una camino de herradura y cuando la concentración en nuestro desafío y el cansancio nos dejaban tiempo y aliento, la belleza de los bosques, los campos y las cañadas nos obligaban a detenernos a recoger algunos instantes de imágenes para el alma.

Laura decidió regresar en bus a Sarria para recuperar su carro y alcanzarnos en el siguiente albergue. –“que me duele la vida tía!!!”- le respondió a Cristina cuando le preguntó cómo había amanecido. Así es que ellos se adelantaron para acompañarla al bus y nosotros comenzamos la jornada más tarde con un cielo amenazante de lluvia que nos obligó a parar a comprar el impermeable para el morral del gato.

Pasado un bosque de Eucaliptos que me recordó la sabana de Bogotá y los cerros arriba de la circunvalar, nos esperaban muchos bosques más; de abedules, acacias, pinos, y de otros tantos tipos diferentes de árboles, bordeando los senderos planos, empinados, en subida y en bajada. 




Al comienzo sufría mucho con las subidas, pero poco a poco me dí cuenta que el terreno plano me hacía doler mucho los pies y los gemelos y que las bajadas eran una tortura, sobretodo para las rodillas.

Llevábamos casi la mitad del recorrido, hacía frío, cruzamos un caserío y una capilla. Nos acercamos para verla. Desde que tengo memoria me siento culpable de no sentirme impresionada por las catedrales y las iglesias, sin embargo algunas veces me ha pasado sentirme de regreso a un lugar muy conocido cuando he entrado a ciertas capillas; la de Leboreiros supo conmoverme, no podría definir los sentimientos que desencadenó en mí y necesité de un buen rato para reponerme cuando salimos. Latuno me vió desmoronada y con una habilidad que sólo a él le conozco supo hacerme reír y retomar el espíritu que necesitaba la etapa.




El río Ulla es cruzado por un puente medieval que da acceso a la parroquia de Furelos. Nos sorprendimos con un pueblito llenos de casitas en lajas de piedra. Vimos la Iglesia y decidimos ver si poníamos otro sello. En la Iglesia nos recibió una mujer joven, le preguntamos qué tan difícil sería el camino que nos faltaba para llegar a Arzúa. Ella nos dijo que faltando dos kilómetros tendríamos un par de pendientes y ya luego sería plano. Yo no sabía qué era peor… la subida. La bajado o el plano con los caminitos de laja que tanto le molan a Sam.




Mas tarde atravesamos un complejo empresarial. Los pies ya clamaban descanso y nos detuvimos a recargar pilas. Comimos algo con la satisfacción de poder saciar el hambre y de disminuír el peso de los morrales. En ése momento nos faltaba la mitad de la etapa. La fatiga supo meternos en la duda de si lograríamos llegar a Arzúa. El gato supo ocultar su incredulidad siempre animándome a seguir y yo me preguntaba de dónde sacaba tanto entusiasmo, de manera que nos alcanzara para los dos.




Cuando nos pusimos de pié, el cuerpo nos recordó los kilómetros recorridos y multiplicó por cuatro los que nos faltaban. Recargamos los termos con agua en una fuente y nos dispusimos a continuar, yo tragándome los quejidos pues lo único que no me dolía era respirar y pensar.

El río Catasol se atraviesa por un puente de varias piedras. Los árboles que lo rodean están vestidos de hiedras, y el agua es el espejo de todos los tonos de verdes que se vislumbran en ese cielo de hojas. Un grupo de peregrinos pidió al gato que les tomara una foto. Cuando ya se iban preguntaron si queríamos que nos tomaran una foto. Respondimos al mismo tiempo en coro, solo que no en acuerdo. Todos nos echamos a reír, ellos nos tomaron la foto y continuamos la pendiente. 




En la subida encontramos una yegua en su corral asediada por los mosquitos, nos acercamos a consentirla y terminó ganándose una de las manzanas que llevábamos y nosotros unos cuantos gramos menos de peso en el morral. Terminamos de subir la endemoniada pendiente y como es de esperarse estaba seguida de una bajada peor. 




Pensaba en ése momento que el camino es como una metáfora de la vida. En los momentos difíciles, como en las subidas pendientes, se debe alargar el paso tratar de concentrarse en el objetivo para no perder el ritmo y acceder más rápido a la recompensa de la cima, el plano o la bajada. Los momentos de monotonía, los que no representan desafíos, como en los tramos planos, suelen ser los más dolorosos para los pies y para la moral. Las etapas en las que nos sentimos mal, cansados, sin suerte y deprimidos, son como las bajadas, es cuando menos debemos flaquear, cuando más debemos estar concentrados, con el cansancio es posible olvidar incluso hasta respirar bien y qué decir de mantener la mirada atenta pues un tropiezo puede ser terriblemente doloroso. Combinando todos los momentos fáciles o difíciles, tanto en la vida como en el camino, yo diría que lo más importante es mantener el ritmo. Una vez paras recomenzar es doloroso, y cuesta tiempo retomar la velocidad. 

Nuestro camino, puede en muchos casos depender de los demás, de su solidaridad y el de los demás puede también depender de nosotros,  y de la capacidad que tengamos para acercarnos a quienes se cruzan en nuestra vía, de aprovechar la oportunidad de conocer y de enriquecer nuestro trayecto con lo que los demás puedan aportarnos y nosotros a ellos.

Con el cuerpo y los pies molidos, llegamos a Mélide, en donde había el cierre de un rally. Luego de un poco de trabajo para ubicar las flechas para salir logramos retomar el camino bajo el sol acosador que mezclado al cansancio puso a prueba nuestro empeño. Las subidas y bajadas anunciadas las sobrepasamos gracias a la ilusión de llegar y como en el día anterior los últimos kilómetros fueron un calvario.

Ya no sé cuantas horas caminamos, tal vez cerca de diez. Lo curioso es que la mayor parte del tiempo, cuando el sol agobiaba, el camino nos llevaba por entre una pérgola de robles que nos protegía del calor y cuando hacía frío  el camino nos ponía en desafío para hacernos calentar el cuerpo.

Pasando las dos pendientes, llegamos a la Iglesia de Santiago del Boente en donde aprovechamos a hacer una alto, poner los sellos, retomar el aliento y continuar. El tramo que debimos recorrer después no nos favoreció con la sombra pero el terreno fue más regular imponiéndonos menos esfuerzos.

Finalmente llegamos a Arzúa. Una ciudad sin mucho encanto atravesada por una carretera principal, nuestros coequiperos nos habían reservado cama en un albergue y fue allí donde llegamos. Luego de la presentación de rigor con la recepcionista, que andaba enternecida y conmovida con el gato pues era evidente que estaba agotado. Entramos a un sitio atiborrado de camarotes. Felizmente no nos podía ubicar allí, así que bajamos unas escaleras y nos instaló en otro cuarto un poco menos ocupado.

Luego llegaron Laura, Cristina y Miguel acompañados de otro caminante cuyo nombre no recuerdo. Nosotros estábamos completamente rotos… ya no sabíamos qué era lo que no nos dolía… pero nos invadía una enorme satisfacción. Tomamos una ducha y nos fuimos a buscar de comer. En el albergue la recepcionista nos recomendó un sitio en donde podíamos comer bien y por buen precio. Así fue, luego de una comida muy casera, nos despedimos de nuestros amigos a quienes sabíamos que ya no veríamos más y entramos en coma profundo, bueno yo, el gato, como todas las noches, sufrió entre los ronquidos de nuestros vecinos de cama y los míos.

1 comentario:

  1. Cómo olvidar esta etapa, la mas dura de todas sin duda. Creo que no habría podido recorrer el último kilómetro si no hubiera sido por el apoyo de Luna. El dolor de los pies era superior a mi deseo por continuar. Parar, seguir, qué hacer. Una botella de aquarius nos dio un poco de refresco para terminar ese trayecto final con un suelo que no olvidaré. Gracias por estar ahí Luna.

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