"El amor se arma de paz contra el poder, contra la razón, contra el honor...

y dulcifica, en medio de las penosas angustias que causa la amargura de

todas las violencias, de todos los golpes, de todos los temores" Shakespeare

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viernes, 8 de octubre de 2010

Todos los caminos llevan a Santiago




Primera Etapa 

Sarria - Porto Marín 

      Como tantas otras cosas maravillosas 
      que me ha dejado su amistad, el cangre, 
      fué quien me metió la curiosidad por el 
      Camino de Santiago. 
Cerca de mi casa pasa un camino que lleva a Santiago de Compostela, no se de dónde supe que era ese camino. Por esas cosas de la vida lo sabía. La primera persona conocida que supe que lo hizo, un ser muy cercano a mi vida y a mi corazón me dejó la pulga en la oreja y desde entonces vivir esa experiencia se convirtió en un fantasma que deambulaba tímidamente entre mis proyectos.


 
Adicta al Internet sucumbí, como tantos otros, a las amargas delicias del Facebook en el 2008; muchos amigos perdidos entre las hojas del tiempo reaparecieron y con ellos los recuerdos. Mucho se puede decir del Facebook, pero mal que bien me ha ayudado a mantener el lazo con mis amigos y a restaurar los lazos con los que en otros tiempos lo fueron. No obstante, los años de ausencia de las vidas de esos otros, terminan por convertirnos en una especie de foto vieja, una imagen estática, nosotros, y los otros, se quedan con lo que en algún momento – bienaventurado o no – conocieron de nosotros y nosotros de ellos. Así, reestablecido el lazo gracias a la red, hay amigos que son como esas fotos, no sabemos mucho mas de ellos que lo que conocimos en ese lapso de vida. Si en el 2008 mi lista de amigos aumentaba considerablemente día a día, en el 2009 las peticiones de amistad eran mas bien esporádicas y entre ellas una que me sorprendió agradablemente. Un amigo de la infancia de quien no tenía noticia desde hace 18 años. Sobrepasadas las presentaciones de nuestras vidas respectivas por el inbox de Facebook, comenzamos a hablar por skype.  




Lo invité a Ginebra y el reencuentro sobrepasó su etapa virtual. Nos re conocimos adultos, cada cual con casi dos decenas más de años de vida y de experiencias. Pasamos cinco días adelantando cuaderno y recordando viejos tiempos. Cinco días en los que vi que hay ciertos lazos que ni el tiempo corroe. Me sentí de inmediato en confianza, como si el tiempo no hubiese pasado, encontramos muchos puntos en común, y entre ellos, el senderismo resultó ser la semilla de un proyecto conjunto: Hacer el camino de Santiago.

El gato y la luna al borde del Río Arve en septiembre 2009

Un año después de esa charla en torno a una fondue de queso, yo estaba tomando un avión para Madrid en donde me encontraría con Samuel (el gato Latuno) rumbo a ocho días de marcha hacia la ciudad del Santo.

Esa noche deberíamos haber tomado un bus rumbo a Sarria, pero la falta de margen de tiempo con la que salimos y una parada de metro sospechosamente larga nos obligaron a pasar la noche afuera de la terminal de transportes de Madrid en un ambiente de pocos amigos y dos magrebinos desquiciados.

A las siete y media de la mañana me dí cuenta que era posible tener pesadillas sin haber dormido, finalmente tomamos el bus hacia Sarria y nos liberamos de los locos que poblaron nuestra “habitación” en la noche.

Llegando a Lugo, un valenciano también con pinta de peregrino se nos unió y cuando llegamos a Sarria ya éramos un equipo sin haber hecho ningún esfuerzo.

Pepe, Nuestro valenciano, un excelente compañero de viaje. Campesino, poeta y loco!

En Sarria nos explicaron que para tener acceso a los albergues municipales y a la Compostela se debe poseer una credencial. Una credencial es una cartulina plegada en acordeón en donde escribes tus datos y hay unos espacios en donde se deben poner al menos dos sellos por cada etapa recorrida y de los cuales al menos uno debe ser oficial, es decir, de los que se ponen en las iglesias, el otro puede ser el sello del albergue o de algún restaurante. La Compostela es el diploma del peregrino. Para obtenerla deben haberse recorrido al menos 100 kilómetros antes de llegar a Santiago.
Sam, Luna y Pepe en Sarria antes de comenzar el Camino.

Como nos fue indicado, fuimos al convento de la Merced a conseguir las credenciales, luego de pagar regaño de quien nos abrió la puerta (pues aparentemente lo sacamos del quinto sueño) iniciamos camino con gran entusiasmo.

 
Ya en Sarria habíamos visto que la gente con la que nos cruzamos nos deseaba buen camino y que entre los mismos peregrinos esa costumbre es la norma.

Luego de un buen rato pasábamos por un sitio un tanto desolado, ni casas, ni gente, ni animales. Al levantar la vista del suelo, no podíamos creer que en medio de ninguna parte pudiésemos encontrar un distribuidor de gaseosas en medio de la nada. La muestra de que en el Camino hay siempre todo lo que necesitas y siempre está en el sitio menos pensado. 




Nuestro primer encuentro fue con una campesino de unos 80 años montado en su arado del siglo antepasado que al vernos se detuvo y nos deseó buen camino. Luego se me acercó y estirando la mano me dio una nuez y un caramelo preguntándome mi nombre. Yo también le pregunté el suyo y por respuesta salí ganando pues supe también el de su mujer a pesar de que no estaba por los parajes.  - “Me llamo Dionisio y mi mujer Castora”- me dijo con una enorme sonrisa de orgullo. En ese momento debí tener una cara de cansada terrible porque cuando Dionisio (esposo de Castora) me vio partir, me llamó de nuevo para ponerme entre las manos otras dos nueces, otros dos caramelos y el “buen camino” adicional.


Dionisio y su esposa Castora... no la ve? yo tampoco la ví... pero ella estaba allí.

Comenzaba bien la cosa. Después de ese tierno encuentro, mi cansancio desapareció y seguimos el camino. Más adelante seguimos encontrando gente de la región que con una sonrisa desprevenida nos deseaban buen camino. Ya en la tercera hora de ruta, en un campo de maíz, una mujer con un sombrero hermoso nos dijo que nos quedaban 16 kilómetros que deberíamos recorrer antes de que nos lloviera.

Cuando me entrené en Ginebra había leído que uno hace en promedio 5 kilómetros por hora, así es que a eso de las siete pensábamos que ya deberíamos estar cerca de Porto Marín. Llegando a una yé, Pepe, nuestro Valenciano, entró a un albergue para preguntar en dónde estábamos. El salió contentísimo y con voz de victoria decía –“pero si estamos en Ferreiros!...”  – Sam y yo lo miramos desconcertados pues no entendíamos su euforia… Yo, que estaba parada enfrente al letrero FERREIROS le dije… -“Si Pepe, estamos en Ferreiros pero es que vamos para Porto Marín”-… me sentí muy mal al ver su cara de decepción pero todos nos echamos a reír y dado el estado de cansancio y la hora avanzada decidimos parar para dormir y recuperar lo que nos faltaba al día siguiente.

Ese fue el único albergue gratuito en donde dormimos. Esa noche tan pronto llegamos, nos dimos una ducha y conocimos a nuestros compañeros de cuarto, tres españoles muy simpáticos, Laura, Miguel y Cristina, estudiantes universitarios con los que hubo buena energía, terminamos comiendo juntos y pasando un buen rato después de la primera jornada, especialmente con los comentarios de la casera que se opuso rotundamente a que dejáramos comida en los platos con un desconcertante: - “y eso a quién se lo deja???”-.

Al día siguiente salimos en la madrugada cuando aún estaba oscuro. Fue Pepe, como buen campesino, quien se levantó primero y nos despertó, cada uno a su turno. Entre las sombras del camino alcancé a vislumbrar la belleza del paisaje, y cuando fue aclarando, pude ver que los alrededores andaban acolchonados por una capa de niebla ligera. El olor de la mañana era extraño, una mezcla entre col, pasto cortado y ganado, espesaban el aire. Después de recorrer una parte del camino casi a tientas, pasadas las 8 llegamos al final de la primera etapa. Porto Marín!





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